Gobierno Abierto. Tiempo de precisiones. ¿Realidad u otra promesa incumplida?
Una de las
banderas izadas por el gobierno para diferenciarse del anterior fue la de la
transparencia de gestión. Bajo esa premisa se adoptaron medidas concretas a
nivel nacional como de política exterior.
Entre las
iniciativas nacionales más relevantes se destacan el impulso de la sanción de ley
de acceso a la información pública, el inventario y apertura de aquellos datos
en poder de la Administración Pública, regulación de la publicidad oficial y
conflictos de intereses en contratos y juicios. Por su parte a nivel
internacional los esfuerzos se centraron en el armado de los planes de acción
bajo la Open Government Partnership, de la cual nuestro país es adherente desde
el 2012.
Al repasar el
listado de logros propuestos en materia de gobierno abierto nadie puede dudar
que han resultado tan auspiciosos como ambiciosos, representando un verdadero
cambio respecto a los horizontes que guiaban a los gobiernos pasados en la
forma de gestionar la cosa pública. Sin embargo cuando se entra en el análisis pormenorizado,
uno descubre que de la aplicación concreta de dichas políticas no surge el
cambio de paradigma que le es propio en el vínculo entre la ciudadanía y gobierno.
Con ejemplos
concretos es la mejor manera de comprender las carencias detectadas. Por
ejemplo la celebrada Ley 27.275 de acceso a la Información Pública, si bien obliga
a gran cantidad de sujetos a cumplir con
pedidos de la ciudadanía a acceder a información pública, existen demasiadas
excepciones que debilitan el principio general de apertura permitiendo a los
sujetos obligados eludir el cumplimiento de dicha obligación legal. Dicha
ventana de escape ha sido ampliada por el decreto reglamentario recién dictado
por el Poder Ejecutivo, donde deja sin regulación la reserva de la documentación
pública. Otra restricción surge de la obligación de identificarse para el
requirente de información, siendo un desincentivo para solicitar información
comprometida para sujetos no acostumbrados a prácticas tan republicanas, como
pueden ser los sindicatos.
La obligación
de los entes públicos nacionales de poner en sus sitios de Internet información
bajo formatos de datos abiertos no impacta en la ciudadanía, por tratarse en
muchos casos de información correspondiente a años pasados, como con las actuales
contrataciones públicas cuyos datos no son de fácil acceso en lo que respecta a
empresas adjudicadas y precios involucrados.
El reciente decreto dictado de conflicto de
intereses surge frente a una necesidad coyuntural del gobierno ante las
sucesivas acusaciones de incurrir en dichas prácticas. La norma, dictada a las
apuradas, está lejos de servir para dar transparencia a situaciones que confrontan
con las mejores prácticas gubernamentales. Esperemos que el proyecto de ley
impulsado por los Diputados Negri y Banfi venga a dar luz en esta materia.
La publicidad
oficial también aspira a ser regulado legalmente, a través de un proyecto de
ley que cuenta con media sanción del Senado, y reemplazar la resolución que
cambió el criterio que venía imperando de favorecer a aquellos que tuvieran una
línea editorial afín al gobierno pero manteniendo el criterio cuestionable como
el de permitir el canje por deudas impositivas y previsionales impagas.
Resta que los
compromisos a adoptarse a nivel internacional bajo la OGP permitan que las
prácticas de gobierno abierto se federalicen impulsando la capacitación efectiva, de
acuerdo a las necesidades locales particulares y por organizaciones que
conozcan el campo de acción, evitando que resulten en meras reuniones formales
para cumplir el Plan de Acción de turno, conformado entre los pocos
participantes de la sociedad civil de siempre y el atento monitoreo oficial.
De no ser así
estarán haciendo “fulbito para la tribuna”, o mejor dicho open washing que es
la definición académica para aquellos gobiernos que publicitan políticas de
gobierno abierto solamente como manera sencilla de hacer relucir sus
credenciales en transparencia y prácticas democráticas.
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